martes, 1 de octubre de 2013

LEJANOS CUENTOS DE AMOR

Hoy llueve a cántaros en mi ciudad. Sí, esto es el otoño. LLuvia, días grises y melancolía a raudales.
Es esa melancolía la que hoy guía mi cabeza, yendo por otros derroteros totalmente distintos a los que me proponía. Por eso, os dejo este pequeño relato que escribí hace muchísimos años, y que hoy rescato del baúl de los recuerdos.
Para Javier, y todos los primeros amores que nunca se olvidan del todo y que aparecen cuando una menos se lo espera.



"Érase una vez una adolescente que odiaba el mundo, porque creía firmemente que el mundo la odiaba a ella. Fluctuaba entre amistades que resultaban no serlo tanto, entre espíritus afines que la dejaban de lado.
Pero una noche de enero algo sucedió.
Él vestía calzas negras, traje atemporal que complementaba con una sonora pandereta llena de alegría. Saltaba a la vista que había bebido de más. Incluso el aliento le apestaba a vino, pero se sentó a su lado y rio con ella. Había otros muchos asientos libres; sin embargo, eligió ese, y cuando la miró, sin él saberlo, marcó su destino, porque ella nunca olvidaría sus ojos, ni su sonrisa, ni nada de él, más aún por considerarlo irreal, inaccesible y lejano.
Pasó el tiempo. Ella se sentía segura en su concha. Allí nadie podría hacerla daño, aunque él ya se había apropiado de su corazón y avanzaba sobre su insegura superficie. ¿Era guapo? Ella creía que no. ¿Simpático entonces? Apenas había compartido una noche con él. No podía saberlo con exactitud.
No conocía nada de él. Estaba segura de que no volvería a verlo, pero reservaba su recuerdo más intenso para aquella noche.
Pero en ocasiones, el destino es cruel con los más necesitados. Cuando parecía que ella seguiría inmune en su coraza sin brechas, decidió aventurarse al mundo real, recoger lo que este le ofrecía a manos llenas.
Lo conoció durante horas. Aunque estaba bien a la vista, se empeñó en desechar la superficialidad y recrearse con él, en él y por él, alimentando un sentimiento que iba a crecer hasta el punto de dominarla. Se sumergió en su encanto y le amó todavía más, sabiendo a un tiempo que sería imposible.
Cuando él se fue ella se derrumbó por un solo instante, porque a partir de entonces su alma dejó de sangrar. Sus lágrimas interiores fueron peores que las de su cuerpo, porque su espíritu se halló con él, porque abandonó su ser e intentó servirle aunque él permaneciera ajeno…
Y entonces ya nada le importó salvo él. Ni siquiera ella misma. Solo él, a quien nunca podría conseguir.
Empezó conformándose con escuchar su voz en las raras ocasiones en las que se hallaba cerca de ella; eran minutos de cielo y de infierno, de música y de dolor, de luz y de oscuridad.
Pronto esos momentos se distanciaron cruelmente en el tiempo, desvaneciéndose como la niebla que da paso al sol.
Ella supo que él ni siquiera se acordaría de su nombre, ni de que la había conocido, y entonces quiso morir. Pero fue cobarde; prefirió morir poco a poco, quedarse sin corazón y sin alma, puesto que eran de él, y sin él, de nada le servían.
Juró que nunca volverían a penetrar en sus emociones. Estas se volvieron de piedra, inquebrantables, inmunes al paso del tiempo.
Creyó que ya no le quedaban más lágrimas, pero las derramó en abundancia antes de vaciarse por completo. Aún, cuando le recuerda, sigue haciéndolo. Es entonces cuando se balancea, oscila entre el pasado y el presente, y sin atreverse a mirar al futuro, se deja envolver por los recuerdos que siempre acaban en él, porque muy a su pesar no lo ha olvidado, ni le olvidará nunca.
Él habrá cambiado. Otra disfrutará de él, de sus manos de pianista, sus labios finos dibujando en el espacio cálidas sonrisas, de sus ojos oscuros rebosando dulces palabras de amor.
Nunca volverá a verlo, pero cuando cierra los ojos, lo ve tal y como lo conoció, y entonces vuelve a sentir, a creer firmemente que vuelve a tener un corazón… Un corazón que no podrá entregar a nadie, porque pertenece a aquel que conoció una noche cualquiera en no importa qué lugar.
Se siente segura en su anonimato. Aún hoy piensa que, si él conociera una mínima parte de lo que ella le amó, todo se derrumbaría como un castillo de naipes.
Pero sabe que, si su amor por él se destruyera del todo, jamás podría vivir viva, sino que lo que haría es, como lo hace cada día, vivir MUERTA".

Y para rematar, una cita de autor desconocido pero que siempre me gustó:

"Se va la gente... No podemos hacer que vuelva. No podemos renacer sus mundos secretos, y siempre tengo ganas de gritar ante esta impotencia".

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